miércoles, 2 de febrero de 2011

Cotorras y piedras en un estanque

Que nuestros parques y plazas son ocupadas a diario por psitácidas, es ya una realidad asumida, tanto que para los turistas norteuropeos comienzan a convertirse en algo pintoresco. Y yo no sé si será porque es difícil entender el territorio urbano como un ecosistema o por el hecho de que relevan a especies con una mala fama como las palomas, pero la verdad es que cada vez esta más extendida la actitud de indiferencia hacia este problema. Una indiferencia que toma su fuerza del desconocimiento, pues si analizásemos ciertos puntos veríamos lo equivocado de nuestra reacción.
En primer lugar hay que ver el ambiente urbano como cualquier otro ecosistema, degradado sí, pero ecosistema al fin y al cabo, e incluso si somos reacios a aceptarlo como tal, debemos plantearnos la situación como un niño que arroja una piedra en un estanque. Todos tenemos esa imagen de un impacto central cuyas ondas se difunden a lo largo del mismo, pues bien, en esto ocurre exactamente de forma idéntica. Uno causa un gran impacto al abandonar su mascota en la parte central de su ciudad, y esta provoca una serie de sucesos que se difunden hacia el exterior. No hemos de olvidar, que la ciudad en términos ecológicos da pie a una fauna generalista, es decir, que esta dispuesta a sobrevivir a base de lo que hay, y que por tanto, las cotorras no sustituyen a las palomas, simplemente las desplazan, del mismo modo que una onda sigue a la siguiente, de manera que un impacto central tiene un efecto magnificado en el exterior. En segundo lugar y en relación a las consecuencias, hemos de decir que es difícil precisarlas, pero que hemos de entender que la ciudad actúa como un campo de entrenamiento y que si pensamos en un organismo, como pueden ser las palomas, que se adapta a nuestros hábitos, que no importa que hagamos, pues se sobreponen, y que incluso en muchos municipios se les ha declarado la guerra. Si nosotros no hemos sido capaces de competir con ellas, imaginad que efecto puede provocar en especies ajenas al ámbito urbano y que de golpe y porrazo se encuentran con esta amenaza.
Así las cosas, las cotorras de kramer, por poner un ejemplo, no son la nota de color que adorna nuestros jardines, sino la pieza de domino que inicia la caída, y ante la cual no cabe otra reacción que la de establecer su control.