lunes, 4 de abril de 2011

Mercadillos ambulantes, un casting de futuros invasores ( Achatina fulica)

No hay pueblo o aldea recóndita que no cuente con su mercadillo, y sin embargo su paso por los medios suele estar ligado a decomisos por piratería, y mientras, somos ajenos a la estrecha relación que este tipo de actividades tiene en cuanto a la diseminación de especies exóticas.
Si pasamos de forma somera sobre este tipo de eventos, podríamos caer en el error de pensar que plantea la misma problemática que cualquier otra tienda de mascotas, lo cual, no sería más que media verdad, pues si bien es cierto que medidas del tipo sanitario y aduanero deberían ser obligatorias para este tipo de tiendas independientemente de su modalidad, en el caso de los puestos ambulantes hay que trascender a su razón de ser, pues en este caso no hablamos de satisfacer una demanda responsable, sino que más bien, la demanda en este caso es la textil y la venta de mascotas se emplea como acicate o distracción de un público infantil, exactamente igual a como lo hace el puesto de perritos calientes o la hamburguesería que acompaña a todo mercadillo.
Así pues, ante esta situación, ya no cabe hablar  de compra responsable o de concienciación del consumidor, pues la venta responde más a criterios estéticos o lúdicos que a naturalistas.
Además, y sin profundizar en las condiciones de venta, ya de por sí, parece mucho más complicado escapar de un tienda convencional, que de un puesto situado en un descampado a las afueras de la localidad, en su mayoría en zonas rurales, y con una eventualidad, que a poco que el animal ande, dispone de una semana, antes de que su vendedor o capturador vuelva.
Es por ello, que la tendencia en la venta de este tipo de negocios, ha resultado ser un escaparate fiable para desvelar cual será el próximo animal que nos invadirá, pues paso hace años con la tortuga de california, las cuales eran vendidas en barreños sobre el albero, o más recientemente, con el caracol africano (Achatina fulica), el cual, tristemente se ha convertido en un buen ejemplo de esta relación mercadillo-invasor, pues tenemos a una especie llamativa por su tamaño, con una imagen de bondad, pues al público en general le cuesta pensar en caracoles como amenazantes, y a lo que hay que añadir bajos coste, y su incompatibilidad con la razón de ser de estos comercios, pues como comentamos anteriormente, si la idea de la compra es la distracción, el primer día es grande, el segundo lento, y al tercero la tapa se ha quedado abierta y el caracol campa a sus anchas.
Así las cosas, no cabe otra que aprovechar los días festivos para adelantarse a la invasión, pues hoy por hoy, tanto los controles sobre el vendedor como los mecanismos de concienciación, para este tipo de eventos, se están manifestando como inoperantes, tanto que podríamos hablar de un desfase de 6 u 8 meses entre la llegada al mercadillo, y las primeras apariciones de poblaciones invasoras.

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